martes, 28 de noviembre de 2017

Un sol blanco y la gota de fuego

Una sesión de arteterapia es siempre imprevisible. Sabes lo que vas a hacer, has preparado a conciencia un trabajo para abordar determinados aspectos de las personas... pero la actividad artística tiene vida propia. Nunca sabes lo que va a ocurrir. Es siempre una sorpresa, a veces apenas puedes creer lo que acontece... Es pura magia. La magia de la vida, del fluir, de vivir el presente, de no tener expectativas, de confiar, de soltar...

Cierra los ojos y sueña, siente a través de la vivencia de ellos:

Haciendo bailar los colores sobre el papel surge el paisaje de mi alma. La atmósfera envolvente e imprecisa va tomando forma de montaña, de valle encendido, de gota de fuego que expande su voz llenándolo todo...

El color me acoge, me atrapa, me invita a jugar... canta y empiezo a seguir su ritmo, hasta completar la melodía. El círculo cromático se cierra a mi alrededor, qué sensación de plenitud ¿De verdad debo desprenderme de ese arcoiris de terciopelo tan reconfortante? He de tragármelo, digerirlo, vivir el duelo, sembrar la simiente de luz y confiar... Pero la espera no es contemplativa, he de propiciar lo que ha de venir... yo decido lo que ha de ser, lo pienso, lo siento, lo hago... Aquí y ahora. Colores que no existían antes surgen de la magia de mis manos... Un sol descansa entre púrpuras y naranjas ígneos... montañas que se elevan buscando unirse con el cielo...

Ondas que llegan hasta donde necesites ¿qué te falta? yo te lo doy, no sé cómo, pero he de llenar tu dolor, espera que lo tiño de malva... no estés triste, toma esta luz... no te preocupes, tengo para todos, este enorme corazón de fuego velará nuestro sueño, cada cosa en su lugar... ya está, lo tengo, todo está en todo y respiro profundamente... La llama se propagó, el fuego se hizo agua, aire, tierra... ahora lo impregna todo, y se baña de todo... 





¡La maravilla del arte, la maravilla de la vida!


miércoles, 22 de noviembre de 2017

El sueño de la tierra

El viernes pasado celebramos en nuestra escuela Waldorf la Fiesta del Farol. Los niños fabrican unos preciosos farolillos con papeles de acuarela, cuerdas y ramas. Colocan una velita dentro y, entre cánticos y devoción, se adentran en el bosque y en la oscuridad de la noche. La pequeña luz que portan representa la llama que se mantiene viva en nuestros corazones mientras el sol duerme; mientras las noches amenazan con engullir los días, mientras el frío cala los huesos... Al ritmo de la música la luz se fija en los corazones y los mantiene calientes hasta la llegada del nuevo sol. La espera será más grata si por un tiempo dejamos de buscar fuera para encontrar la luz en nuestro interior. Es tiempo de hogar, de esperanza, de reuniones alrededor del fuego...
Nosotros también hacemos nuestra fiesta. Celebramos nuestro valor al enfrentarnos a la oscuridad y al frío. No parece tan amenazante el azul prusia sobre el envolvente y vivo lecho otoñal que hemos creado antes. Es nuestra luz, nuestro farol. Cómo disfrutamos recreando las hojas de colores que tintinean en las ramas antes de caer y formar el bello manto que arropará a la tierra durante el invierno. Su interior se impregnará de esa alegría, mantendrá vivo y expectante su cristalino corazón, empapado durante la época blanca del recuerdo de los astros que la nutren, y que harán brotar la nueva vida que ha de surgir.
El ensueño púrpura, dorado y bermellón despierta con las líneas oscuras, en una reconfortante danza entre perderse en la mancha y despertar en la línea; entre luz y oscuridad; entre sueño y vigilia... Ese ritmo que tan bien conocemos... Mi alma se regocija, una vez más se enfrenta con valor a nuevos retos, y sale victoriosa. Y siempre, siempre, agradecida.